sábado, 14 de abril de 2012

Y llenarlo todo de flores...

Conduciendo el coche, sobre el aburrido y gris pavimento, siguiendo unas barritas blancas que te indican sutilmente por donde “debe” ser tu camino...


 FLORES.


Flores pintadas y flores reales por toda la calle. De colores vivos, azules, rojos, naranjas, amarillos, violetas, verdes… flores Jazmines, Violetas, Rosas, Amapolas, Margaritas, Peonias, Gerberas, Camelias, Claveles… algunas aromáticas como la Peperina, la Albahaca, la Menta… y algunos yuyitos silvestres que no querían desprenderse. La calle invadida de flores...  que empezaban a marchitarse, porque tanto dióxido les entristece. Se marchitaban de a poco. Pero los bichitos, que llegaban de a poquito,  las inseminaban con entusiasmo, les hacían compañía. Empezaron siendo unos poquitos, y cada vez se sumaban más y más al espectáculo.

Abejas ansiosas por llevarse el polen… mariquitas sobrevolando, y algunos otros bichitos esquivando el caucho circular que llevamos a modo de piernas cuando vamos encapsulados, trasladándonos de un lugar a otro. Algunos pobres bichitos, se quedan pegados en la brea cuando ésta se derrite con el calor del sol. Los voladores, esquivan cristales gigantes a través de los cuales nosotros les observamos, encapsulados. Algunos chafados cadáveres son increpados por el limpiaparabrisas, que termina desparramando los juguitos del bichito. Que tristeza, algunos de sus amiguitos los lloran a los lejos, mientras nuestras caras de asco replican con morbosidad lo espantoso de la escena. ¡Pero las flores están pintadas! y hermosas algo invalidas en las macetitas.

Yo las pinte de noche, y encargue un regimiento de hombrecitos pequeños para que me ayuden… ellos no son humanos, y no fue fácil convencerles por unos pocos pesos.

Ellos me preguntaron…. ¿A que se debe este acto vandálico? ¿vandálico pense?

No respondí… antes quería observar los ojos de las personas cuando vieran, que bonito sería andar cada día entre millones de flores.

Flores en las veredas. Y alegres los gusanitos, las mariposas, las mariquitas, las abejas, y otros insectos, se acercan a cada una de ellas, para expresar su amor. En un acto de reciprocidad incalculable, bichitos y flores, se alimentan y se mantienen con vida mutuamente. Los unos sin las otras, no podrían sobrevivir, y viceversa. Pero por las calles de la frenética y bulliciosa ciudad, la gente corre apresurada, se choca si disculparse, se miran con odio cuando alguien se cuela, y se gritan por absurdos malentendidos, entre peatones, ciclistas, motoristas y conductores. Los señores del autobús arrancan antes de lo previsto, y los hombres golpean el fuerte metal con rabia. Mientras, entre tanto individualismo desapercibido, la urbe resulta un lugar hostil para las flores y los bichitos. 

Yo puse ahí las flores.

Me ayudaron unos otros señoritos pequeños  que por algo de dinero, accedieron de mala gana a cambiar el paisaje urbano en una noche.

Y me preguntaron… ¿A que se debe este acto vandálico?
 
No respondí… antes quería observar las narices de la gente cuando vean lo lindo que sería ir oliendo millones de flores cada día por las calles.

Flores en las puertas y ventanas. Pintadas y reales.

¡Y la gente se asustó!

Sintieron miedo. Creían que alguien que les odia había arruinado las puertas y ventanas de sus edificios y hogares. Algún grupo radical  o terrorista estaba queriendo arruinarles el fantástico y apabullante día de oficina que les esperaba. Algunas amas de casa, vieron con agrado el espectáculo al principio, pero sacaron la lejía y el estropajo, para acabar dejando cristales impolutos que permitían ver la grandiosa, borrosa, humeante y ruidosa ciudad en la que viven. Puertas que volverán a tener que barnizar, por arruinar la madera, al quitar mis flores. Los porteros de los edificios, por alguna razón agarraron las macetitas, y las colocaron cuidadosamente en las entradas. Pero sólo algunas, las más chiquitas. Las otras  fueron directas al contenedor. Los portales pintados, fueron automáticamente limpiados, bien temprano, a su horario de entrada por los conserjes, antes de que sus jefes vecinos les dijeran algo.


Pero los bichitos, que salían de sus oscuros escondites, allí donde nunca los vemos, excepto alguno que otro que ya esta más "civilizado", comenzaron a salir a la luz. Miraban al sol, y pensaron que se trataba de un milagro. Se fueron llamando, y no paraban de llegar bichitos y más bichitos.

Y pluf!
Mi paraíso urbano comenzaba a desaparecer.

Limpiaron las calles. Se llenaron de policías interrogando a la gente, y la prensa estaba tomando notas, sacando fotos y decían que se trataba de un grupo de vándalos aburridos.

Y es que mi intención, era trasladar lo más lindo que la tierra nos regalo. Sol, flores y vidas alegres, voladoras y danzantes.

Tras el incidente, comprendí la pregunta que me hacían aquellos hombrecitos pequeños… ¿A que se debe este acto vandálico?

Fue vandálico, sí. Porque nadie supo comprender ni apreciar la belleza de las flores, la serenidad de su color, la suavidad de su textura, la luminosidad de sus hojas frente al sol, la alegría  de su polen al recibir las abejitas, el encanto de las mariquitas mimetizándose con las Rosas rojas y sacándoles pequitas. La tranquilidad de los gusanitos rodeando los tallos, y las lombrices aireando la tierra de las macetas. El canto de las abejas al llamar a sus amigas, danzando en círculos, señalando el lugar de la comida, y visionando de repente la abundancia de sus colmenas. La delicadeza y la elegancia de las mariposas rodeando las florcitas con sus alas, posándose como para un cuadro sobre los débiles y tiernos pétalos de las flores. Relacionándose y charlando con las avispas, y ayudando a subir por los tallos a las hormiguitas, que no tienen alas, y querían un cachito de hojita.

Y empecé a ver lo que estaba pasando.

Las mariposas enredándose en los pelos de las señoras recién salidas de las peluquerías. Las avispas aplastadas por los maletines, estampadas en los parabrisas. Los gusanitos pisados, y las hormiguitas ahogadas por baldazos de agua que tiraban desesperados los señores de las tiendas. Pesticida que los bomberos habían puesto en sus tanques de agua. El veneno, el enojo, la furia, el cólera, el asco de las Ladies de la ciudad, la lejía y los estropajos, dejaron otra vez la ciudad limpia.

Millones de bichitos y flores murieron ese día…

Desde aquella mañana, no volví a dedicar mis noches a hacer más “actos vandálicos”. Los hombrecitos, habían comprendido antes que yo, lo que pasaría al intentar unir a los "hombres" con la naturaleza, por muy bella e imprescindible que ésta nos sea.

1 comentario:

  1. Yo creo que deberíamos poder llevar a cabo "actos vandálicos" así de relindos :)

    ResponderEliminar