Conduciendo el coche, sobre el
aburrido y gris pavimento, siguiendo unas barritas blancas que te indican
sutilmente por donde “debe” ser tu camino...
FLORES.
Flores pintadas y flores reales
por toda la calle. De colores vivos, azules, rojos, naranjas, amarillos,
violetas, verdes… flores Jazmines, Violetas, Rosas, Amapolas, Margaritas,
Peonias, Gerberas, Camelias, Claveles… algunas aromáticas como la Peperina, la Albahaca, la Menta… y algunos yuyitos
silvestres que no querían desprenderse. La calle invadida de flores...
que empezaban a marchitarse, porque tanto dióxido les entristece. Se
marchitaban de a poco. Pero los bichitos, que llegaban de a poquito, las
inseminaban con entusiasmo, les hacían compañía. Empezaron siendo unos
poquitos, y cada vez se sumaban más y más al espectáculo.
Abejas ansiosas por llevarse el
polen… mariquitas sobrevolando, y algunos otros bichitos esquivando el caucho
circular que llevamos a modo de piernas cuando vamos encapsulados,
trasladándonos de un lugar a otro. Algunos pobres bichitos, se quedan pegados
en la brea cuando ésta se derrite con el calor del sol. Los voladores, esquivan
cristales gigantes a través de los cuales nosotros les observamos,
encapsulados. Algunos chafados cadáveres son increpados por el
limpiaparabrisas, que termina desparramando los juguitos del bichito. Que
tristeza, algunos de sus amiguitos los lloran a los lejos, mientras nuestras
caras de asco replican con morbosidad lo espantoso de la escena. ¡Pero las
flores están pintadas! y hermosas algo invalidas en las macetitas.
Yo las pinte de noche, y
encargue un regimiento de hombrecitos pequeños para que me ayuden… ellos no son
humanos, y no fue fácil convencerles por unos pocos pesos.
Ellos me preguntaron…. ¿A que
se debe este acto vandálico? ¿vandálico pense?
No respondí… antes quería
observar los ojos de las personas cuando vieran, que bonito sería andar cada
día entre millones de flores.
Flores en las veredas. Y alegres
los gusanitos, las mariposas, las mariquitas, las abejas, y otros insectos, se
acercan a cada una de ellas, para expresar su amor. En un acto de reciprocidad
incalculable, bichitos y flores, se alimentan y se mantienen con vida
mutuamente. Los unos sin las otras, no podrían sobrevivir, y viceversa. Pero
por las calles de la frenética y bulliciosa ciudad, la gente corre apresurada,
se choca si disculparse, se miran con odio cuando alguien se cuela, y se gritan
por absurdos malentendidos, entre peatones, ciclistas, motoristas y
conductores. Los señores del autobús arrancan antes de lo previsto, y los
hombres golpean el fuerte metal con rabia. Mientras, entre tanto individualismo
desapercibido, la urbe resulta un lugar hostil para las flores y los
bichitos.
Yo puse ahí las flores.
Me ayudaron unos otros señoritos
pequeños que por algo de dinero, accedieron de mala gana a cambiar el
paisaje urbano en una noche.
Y me preguntaron… ¿A que se
debe este acto vandálico?
No respondí… antes quería
observar las narices de la gente cuando vean lo lindo que sería ir oliendo
millones de flores cada día por las calles.
Flores en las puertas y
ventanas. Pintadas y reales.
¡Y la gente se asustó!
Sintieron miedo. Creían que
alguien que les odia había arruinado las puertas y ventanas de sus edificios y
hogares. Algún grupo radical o terrorista estaba queriendo arruinarles el
fantástico y apabullante día de oficina que les esperaba. Algunas amas de casa,
vieron con agrado el espectáculo al principio, pero sacaron la lejía y el
estropajo, para acabar dejando cristales impolutos que permitían ver la
grandiosa, borrosa, humeante y ruidosa ciudad en la que viven. Puertas que
volverán a tener que barnizar, por arruinar la madera, al quitar mis flores.
Los porteros de los edificios, por alguna razón agarraron las macetitas, y las
colocaron cuidadosamente en las entradas. Pero sólo algunas, las más chiquitas.
Las otras fueron directas al contenedor. Los portales pintados, fueron
automáticamente limpiados, bien temprano, a su horario de entrada por los
conserjes, antes de que sus jefes vecinos les dijeran algo.
Pero los bichitos, que salían de
sus oscuros escondites, allí donde nunca los vemos, excepto alguno que otro que
ya esta más "civilizado", comenzaron a salir a la luz. Miraban al
sol, y pensaron que se trataba de un milagro. Se fueron llamando, y no paraban
de llegar bichitos y más bichitos.
Y pluf!
Mi paraíso urbano comenzaba a
desaparecer.
Limpiaron las calles. Se
llenaron de policías interrogando a la gente, y la prensa estaba tomando notas,
sacando fotos y decían que se trataba de un grupo de vándalos aburridos.
Y es que mi intención, era
trasladar lo más lindo que la tierra nos regalo. Sol, flores y vidas alegres,
voladoras y danzantes.
Tras el incidente, comprendí la
pregunta que me hacían aquellos hombrecitos pequeños… ¿A que se debe este
acto vandálico?
Fue vandálico, sí. Porque nadie
supo comprender ni apreciar la belleza de las flores, la serenidad de su color,
la suavidad de su textura, la luminosidad de sus hojas frente al sol, la
alegría de su polen al recibir las abejitas, el encanto de las mariquitas
mimetizándose con las Rosas rojas y sacándoles pequitas. La tranquilidad de los
gusanitos rodeando los tallos, y las lombrices aireando la tierra de las
macetas. El canto de las abejas al llamar a sus amigas, danzando en círculos,
señalando el lugar de la comida, y visionando de repente la abundancia de sus
colmenas. La delicadeza y la elegancia de las mariposas rodeando las florcitas
con sus alas, posándose como para un cuadro sobre los débiles y tiernos pétalos
de las flores. Relacionándose y charlando con las avispas, y ayudando a subir
por los tallos a las hormiguitas, que no tienen alas, y querían un cachito de
hojita.
Y empecé a ver lo que estaba
pasando.
Las mariposas enredándose en los
pelos de las señoras recién salidas de las peluquerías. Las avispas aplastadas
por los maletines, estampadas en los parabrisas. Los gusanitos pisados, y las
hormiguitas ahogadas por baldazos de agua que tiraban desesperados los señores
de las tiendas. Pesticida que los bomberos habían puesto en sus tanques de
agua. El veneno, el enojo, la furia, el cólera, el asco de las Ladies de la ciudad, la lejía y los
estropajos, dejaron otra vez la ciudad limpia.
Millones de bichitos y flores
murieron ese día…
Desde aquella mañana, no volví a
dedicar mis noches a hacer más “actos vandálicos”. Los hombrecitos, habían
comprendido antes que yo, lo que pasaría al intentar unir a los
"hombres" con la naturaleza, por muy bella e imprescindible que ésta
nos sea.
Yo creo que deberíamos poder llevar a cabo "actos vandálicos" así de relindos :)
ResponderEliminar