lunes, 23 de abril de 2012

La eternidad

Ayer aún estábamos en aquél café compartiendo el reflejo de nuestros pensamientos y descifrando los múltiples códigos que escondían nuestras pupilas, abrumadas al contemplar que existíamos en un mismo momento, en un mismo espacio y que todo resultaba tener sentido pues.

Parece que haya pasado una eternidad...

Y camino sobre la arena como las teclas tocan el cielo en la Gnossienne nº 3 de Satie. Voy recordando el tiempo que nos juntó y que ahora nos separa, y no dejo de pensar en que nuestras almas coincidieron en otras vidas sin saber exactamente como de latente fue lo que pudieron llegar a sentir.

Si el destino estuvo escrito, en la página 8 no dejamos nunca de querernos.

Paseo por el limbo mientras recuerdo las manos que te hacen libre y al mismo tiempo te esclavizan. Y tú... Tú ya no recuerdas nada.

Cada día dibujo desde donde estoy un mundo en el que estás y miras al infinto, como siempre has hecho, como siempre hacías... Y tu esperanza se tiñe en mis lienzos de color gris y busca un contraste con el fondo verde, pero jamás lo encuentra.

Ya no crees en mí, ni en la vida que dejamos encubierta en las sillas y mesas de madera, ni en los vasos y tazas en que reposamos la profunidad de nuestra historia, tan lógica, tan oculta...

Y quienes leen nuestra biografía se detienen en el punto en el que tu aliento marca la existencia de un olvido que se mantiene hasta el final de tanta literatura. Y la fragilidad de nuestros escudos invisibles que intentaban defendernos de nosotros mismos se convertirá en la anécdota más melancólica del periodo que nos separa de la felicidad.

Nuestras patéticas voces marcan la fatalidad de la imposibilidad. Nunca supe a ciencia cierta lo que conllevaba amar desesperadamente aquello que nunca puede poseerse. Y nos convertimos en seres infaustos, como cuando abandonamos el vientre materno, el primer día que ya nos cuenta en esta falsa realidad, en este lugar arisco y desolador en el que buscamos desesperadamente soluciones a problemas que no existen, y en donde imploramos un respeto que ni siquiera somos capaces de ejercer.

Y pareció que hubiese pasado un tiempo confuso en el que no fuimos capaces de mirarnos bajo la tenue luz de la incertidumbre; y tocarnos fue un sueño consciente de su carencia de realidad. Una temporalidad difusa despojada de toda conciencia colectiva, en un lugar en el que se perdió la fe, en un instante que desapareció, en un mundo que nunca llegó a existir.

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