jueves, 7 de febrero de 2013

Peinándome con Morrisey y Alfonsina


Salir a la calle y cobijarme en Morrisey para sobrevivir al frío, a las miradas sensatas, a la sentencia del espejo y los reflejos, a las pestilencias de la ciudad. Enzarzarme en una bélica caminata cotidiana en la que parezco no más que evadir baldosas y frenéticos, deformadas miradas de los otros. Mientras bigmouth strikes again, me concedo los privilegios de andante, y uso las piernas. Cada una de ellas corre hacia un lado, sumiéndome en un círculo, la escalera en espiral hacia la cúpula. Cada día tengo la ilusión óptica de avanzar hacia adelante, cuando ciertamente, voy entrando cada vez más profundo en un agujero paralelo. Observo, enajenada en mis más íntimos pensamientos, con las rozaduras de los pantalones, con la lluvia o el sol. De tanto en tanto encontraba María alguna perla en nuestros ojos miopes, solas e inalcanzables a la vista ajena. Cuan hermoso es el ermitaño y la quietud. Las intermitentes visitas a mí misma, los constantes reproches al espejo y los escupitajos desde el balcón. En compañía de esa extraña en mi habitáculo, con forma de pez ahogándose y pegando bocanadas, like a prayer buscando la salvación, como Storni. Alfonsina y el mar. Dividida, destruida y recauchutada, como Kahlo y como Jean. Distintas y distantes, pero rotas. Como María. El mar, la sal, las columnas reconstruidas, los peces ahogándose en el aire… yo cepillándose el pelo, para salir al Seol de amianto y alquitrán con gases perturbándome los humores y concediéndome la rojez en la mirada, cual bendecida aspirada, una ostra vacía. Así, deseantes del Hades y encierro eterno en un buen pavimento, para no llegar y hundirnos en el espiral al que mis piernas aspiran cada mañana. Y el suelo de Morrisey, mother, I can feel the soil falling over my head: como si pudiera hundirse y recibirnos Dante y ya de paso, explicarme con quien juega la partida, qué hizo con María, con Norma, Alfonsina y Frida.


Y cepillarme el pelo tranquila.