Salir
a la calle y cobijarme en Morrisey para sobrevivir al frío, a las
miradas sensatas, a la sentencia del espejo y los reflejos, a las
pestilencias de la ciudad. Enzarzarme en una bélica caminata
cotidiana en la que parezco no más que evadir baldosas y frenéticos,
deformadas miradas de los otros. Mientras bigmouth strikes again,
me concedo los privilegios de andante, y uso las piernas. Cada una de
ellas corre hacia un lado, sumiéndome en un círculo, la escalera
en espiral hacia la cúpula. Cada día tengo la ilusión óptica
de avanzar hacia adelante, cuando ciertamente, voy entrando cada vez
más profundo en un agujero paralelo. Observo, enajenada en mis más
íntimos pensamientos, con las rozaduras de los pantalones, con la
lluvia o el sol. De tanto en tanto encontraba María alguna perla en
nuestros ojos miopes, solas e inalcanzables a la vista ajena. Cuan
hermoso es el ermitaño y la quietud. Las intermitentes visitas a mí
misma, los constantes reproches al espejo y los escupitajos desde el
balcón. En compañía de esa extraña en mi habitáculo, con forma
de pez ahogándose y pegando bocanadas, like a prayer buscando
la salvación, como Storni. Alfonsina y el mar. Dividida, destruida y
recauchutada, como Kahlo y como Jean. Distintas y distantes, pero
rotas. Como María. El mar, la sal, las columnas reconstruidas, los
peces ahogándose en el aire… yo cepillándose el pelo, para salir
al Seol de amianto y alquitrán con gases perturbándome los humores
y concediéndome la rojez en la mirada, cual bendecida aspirada, una
ostra vacía. Así, deseantes del Hades y encierro eterno en un buen
pavimento, para no llegar y hundirnos en el espiral al que mis
piernas aspiran cada mañana. Y el suelo de Morrisey, mother, I
can feel the soil falling over my head: como si pudiera hundirse
y recibirnos Dante y ya de paso, explicarme con quien juega la
partida, qué hizo con María, con Norma, Alfonsina y Frida.
Y
cepillarme el pelo tranquila.
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