lunes, 14 de mayo de 2012

La arboleda


Todas las palabras no sirven para nada si mi parte compartida se niega a escucharlas.

La guerra nos separó; nos dejó esperando a la esperanza en lugares olvidados. Tú te fuiste al polo. Yo me mantuve en el trópico. Y siempre soñé con verte en el ecuador; en el punto medio entre mi juicio y tu razón. Los años pasaron y fuimos sumando desaciertos, otras sorpresas sin embargo fueron añadiéndose solas. Y poco a poco los abismos se fueron estrechando dejando fuera la displicencia de la que siempre se caracterizaron.

El drama terminó y volví a mi tierra. Allí planté una arboleda en homenaje a ti. Un árbol por cada vez que te he odiado. Un árbol por cada vez que te he querido.

Con el paso de las estaciones los árboles del odio no sobrevivieron. Desde aquél preciso instante me di cuenta de que los árboles del querer eran tan robustos que jamás podían morir. Y si algún día el clima o el paso del tiempo les debilitaba o les deteterioraba, yo siempre estaría allí hasta el final para protegerlos.
 




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