jueves, 3 de mayo de 2012

Cuando aún existían las gorristerías

No sabemos que sucedió con aquellos espacios decorados minuciosamente y con aquellas cortinas aterciopeladas color verde. Nos contaron que poco a poco fueron desapareciendo pero no nos desvelaron su final.

Recuerdo el olor a puro y los tirantes color marrón; el tacto de la madera de roble y el sabor del café que llegaba en barco semanas más tarde.

La inmediatez se conseguía con el contacto visual y con la respiración a tan sólo veinte centímetros. El lugar se llenaba de eufemismos y de largas conversaciones, o por lo contrario de unos tímidos pero intrigantes silencios.

Pero ahora las calles reniegan de su pasado y se establecen dentro de un conflicto presente entre lo que ellas quieren y lo que ya no son. Y la gente sube y baja por donde estaba la antigua gorristería, un espacio que ya no existe, una palabra desconocida que ya carece de todo sentido. Y ¿cómo recordar al vacío?

Los viandantes se cruzan continuamente con el transcurso de la vida; de la que está y de la que ya no está, y son capaces de percibir por su propia voluntad las múltiples historias que debieron quedar en algún lugar de las losas grises. Unas losas ya tristes después de soportar durante tanto tiempo el peso y el dolor de la indiferencia.

Las olvidadas aceras que aún sujetan los metros de hormigón descansan inocentes, paradójicamente en un mar de latidos y de suspiros. Ahora ya se percibe la fragancia de la soledad de la urbe, y se escucha también el murmullo intolerante de los pasos de aquellos que día a día son capaces de observar los retales de lo que viene y va, pero que adormecidos en el sueño de la cultura de la aceleración no son tan ágiles como para pretender interesarse por lo que ya se fue.






No hay comentarios:

Publicar un comentario