sábado, 31 de marzo de 2012

Dos vidas para la felicidad


Inmediatamente después de que cayeran las últimas hojas, llegó el invierno, y con él, los recuerdos de vidas pasadas; recuerdos que mantenían caliente al corazón. Pareció que hubiese pasado toda una vida, pero lo cierto es que el tiempo se esfumó, como las últimas hojas, y todo volvió a ser como lo fue antes, desde un buen principio…

El mundo y el miedo. El verbo y el amor. Nadie dijo que fuera fácil. Es más difícil huir; echar a correr. Es más fácil quedarse y vivir callando. Pero no todo puede callarse. Al final el silencio puede llegar a matarte.

Los días son bonitos, como nuestros rostros al contemplarlos. Ver el último día junto a ti, eso sí es lo más bonito del mundo.


Después de años escondido bajo las piedras de su pirámide hecha a medida salió a contemplar los oasis que le rodeaban. No creía en lo que veía, pero al menos sabía que estaba viviendo.

La brisa del mar, las risas de la gente, los cucuruchos de fresa, las coles del huerto, un cuadro de Chagall. En eso se resume todo, y todo se resume en eso. ¿Qué quieres hacer aquí?, ¿crees que puedes elegir?, ¿crees que tienes derechos?

¿Qué vale un cucurucho de fresa?, ¿qué precio tiene una col de tu huerto?, ¿qué valor le das a tus manos?

Subes unas escaleras que te llevan a ninguna parte, y por fin dejas de tener miedo a la soledad. Por fin vuelves a sentir que estás en algún lugar, quién sabe dónde; pero es algún lugar. Puedes volver a empezar otra vez. Puedes conectar tus inquietudes con el futuro incierto. Puedes ser optimista, o puedes desaparecer. Pero puedes aprender a perder, puedes saber que es caer, y puedes proclamarte vencedor aún y así.

Y si eres feliz a quién le importa.

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