Es algo así como andar de
puntillas por una cuerda atada muy floja y con las medias enceradas. Mirar
abajo, ver la nada…marearse. La simple inmensidad de la caída asusta; y uno se
ve envuelto en unos cuantos gigantes soplidos, acariciando y despeinando las
pestañas. Es tragar aire, pegar la bocanada, dejar que salga y sentir los
latidos casi en la sien. Cada latido escapándose en el aliento. Es escuchar a
Paganini, a los pájaros y al horizonte. Es recordar que las medias están
enceradas, que detrás alientan a cruzar, mientras algunos duendes extraños
esperan al final de la cruzada. Y ellos me asustan más que el vacío, la caída,
la velocidad, el estruendoso ruido de mi cráneo reventando y el mismo estallido
de mis órganos contra el suelo.
Así, con el cráneo partido y los
órganos perdidos, el alma simplemente sale, se libera, y se ríe bienaventurada
de la cuerda, los alentadores mediocres, y los duendes perturbadores. Allí,
donde los márgenes se amplían, donde la razón no existe, donde lo coherente y
lo prudente están guiados por el amor, por los irrefrenables deseos de vivir.
Aquí, en una nada muy bien iluminada, plagada de colores y momentos felices
carcajeando como en una cinta rebobinada. Así es como quiero mi muerte, y así
es como quiero mi vida. Con un viento que me traiga los jazmines a la nariz, y
unas palomas que me lleven volando para contemplar desde arriba la mancha de mi
estallido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario