Y nacemos con las manos
tan vacías, que incluso cuando los objetos llegan a nosotros, cuando los
cuerpos se nos acercan, vacilamos entre la caricia, y la avaricia, y no
sabemos, aún no hemos aprendido, que se ha de hacer con ellas.
Y es que nos acercamos con
las manos; necesitamos del contacto tanto como por él sentimos repulsión. La
curiosidad se calma con las manos, y también la cólera. El amor se expresa con
las manos, y también el odio. Y porque sólo son las manos, con ellas construimos
como derribamos, con ellas nos secamos las lágrimas, y nos tapamos la boca en
una estruendosa carcajada. Y con ellas provocamos placeres, las arrimamos a los
otros para simplemente demostrar que se es, y que se existe, y que el otro,
comparte tu existencia, tu tiempo y tu espacio. Pero con las manos, se han
ahorcado y desgajado, se han desdoblado almas, y se han dirigido tropas de
imbéciles, que cargaban en sus manos, las desgracias de los otros. Con las manos
hemos torturado las conciencias, si, con las manos. Las hemos manchado y
ensuciado con el sufrimiento de un otro; rotos y resquebrajados rostros, con
las manos.
Así como las manos hoy
son, para mí, en ti, mañana dejarán de ser. Las manos son ese rejunte de huesos
y tendones, ese amasijo de carne con madera de Silvio, y sin embargo son las
manos, en su significación, lo que va por delante nuestro. Lo que está allí, aún
antes que tú y tu conciencia; y tus inconciencias.
Con esas manos envías,
diriges, mandas, señalas, tomas distancias, infectas, niegas, reclamas,
entorpeces, atormentas, y reprimes.
Con esas mismas manos,
saludas, reverencias, acaricias, adormeces, encuentras, edificas, impulsas,
sueltas, abres, afirmas, siembras y cosechas, y expresas.
Con las mismas manos,
con la izquierda y la derecha, se hace y se deshace en eternas distancias,
contrapuestas, transmutando de una a otra, de una acción a otra, con una y otra
mano, vamos marcando los pasos, haciendo malabares entre las caricias y las
injusticias, entre las posesiones y los acercamientos. Entre los sujetos y los
objetos. Entre las manos, sólo nuestra historia va pasando, de mano en mano.
Manos arrugadas, ásperas, viejas, ampolladas, calladas, sucias, resquebrajadas;
así son muchas manos.
Pero hay manos blancas,
suaves, lisas, luminosas, limpias y encremadas, esas no son manos amadas.
Hay manos presas,
atadas, guardadas, cortadas. Y hay manos sueltas, abiertas, libres y
esperanzadas.
Son las manos viejas y
resquebrajadas, esas son las manos imprescindibles de Bertolt Brecht.
Todo simplemente va
pasando por las manos.
Y desposeídos, sólo con
las manos, así nacemos.
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